17/11/2017

Vuelta a empezar

Siento que vuelvo a estar en el punto en el que estaba en Junio. Hoy mientras volvía en coche a casa, ha empezado a sonar una canción en la radio que ha desatado todo. Es una canción del grupo Gertrudis, “Tan lluny de tu” (Tan lejos de ti) que dice cosas como “estoy tan lejos de ti como mis labios de tu mejilla” o “tan lejos como mi frente de tus besos” con un estribillo que reza “recorreré el mundo entero para intentar sentirte cerca, y cuando no me quede aliento seguiré cerca, más poco a poco”. Y me he roto, otra vez. Por lo mucho que me gusta esa canción y porque la cantaba todo el día, pensando que en poco tiempo llegaría el momento de besar su frente y sus mejillas, de cantarle todos los días alguna canción bonita y alegre. Me he dado cuenta de lo mucho que la echo de menos, lo diferente que podría haber hecho las cosas, como ocuparme de sus restos y tenerlos cerca, siempre cerca. Extraño sus movimientos, su frenético pataleo de los últimos días y lo calmada que estaba cuando ingresamos en neotatología para despedirnos.
Para quitarme eso de la cabeza, ya que he llegado a casa llorando desconsolada, pidiendo por favor no cruzarme con ningún vecino, me he dado una vuelta por youtube y he encontrado algo más. A los dos días de volver a casa, encontré por casualidad un canal que explica la versión original de los cuentos infantiles (Blancanieves, Sirenita, Cenicienta…) cantando y con dibujos estilo “draw my life”, son desternillantes. El primero que descubrí fue el de Blancanieves, que me encanta, pero el de La Sirenita me pone especialmente emotiva hasta el punto en el que solo recordar la melodía me da escalofríos, no por la letra o el dibujo, sino porque la melodía tiene una estructura alegre-triste-alegre tipo havanera (inspiración marinera) y el momento de la “depresión melódica” me trae cantidad de recuerdos. En ese momento de la historia, Ariel (por llamarle de algún modo) ha salvado al príncipe y se ha enamorado, pero él no la ve a ella sino a otra y por lo tanto la ignora. Ariel busca consejo y pregunta a su abuela, la canción dice así:

– ¿Cuanto vive un humano, abuela?
– Muy poco, Ariel.
– ¿Al morir se convierten en espuma de mar?
– Su alma sube al cielo por toda la eternidad.
– ¡Quiero ser parte de él!
– No insistas más.

Esa tonalidad me hace revivir el momento en el que vi por primera vez ese vídeo. Buscábamos algo que nos animara, enganchamos esa serie y los vimos todos del tirón, pero esa parte de la historia me hace revivir el dolor que sentía esos días, lo indefensa que me sentía, lo triste porque mi hija se había ido al cielo y no volvería jamás. La sensación que me producen esos segundos de música me hace oler el principio del verano, la brisa caliente que entraba por la ventana a principios de Junio, las plantas de fuera, la tierra caliente. Me hace recordar la sensación de que mi cuerpo no era mío, el hueco en el vientre y el olor de la sangre que me limpiaba cada hora, ese olor dulce, fresco y puro, el mismo olor que tenía mi hija cuando me la trajeron con el gorrito hecho de media y la sábana blanca.
Las veces que he pensado en ella sólo en esta semana que pensábamos que teníamos a nuestro arco-iris no han sido pocas. Pienso mucho en ella, a veces inconscientemente mientras espero a dormirme repaso mentalmente todo su cuerpo, sus facciones. Me detengo en esa manita diminuta que reposaba sobre la yema de mi dedo, lo pequeñita que era hecha un ovillo, acurrucada como si siguiera dentro de mi. Sus ojos es algo en lo que siempre pienso, el dolor que supone que nunca los haya podido abrir. No me canso de recordar sus labios, su nariz, las encías y lengua que quedaron visible cuando la estiré para verla mejor y su boca se abrió, su cuerpo perfecto, precioso y suave con ese olor. No quiero olvidarme, no quiero que llegue un día en el que diga ¿cómo era? y no sepa responder. Quiero grabar esos detalles a fuego porque es lo único que me queda de ella, ni siquiera tengo una ecografía de las 20 semanas porque solo se centraron en lo que estaba mal. Y quiero volver, volver a ese momento y decirme que la fotografié, que pida el gorrito y que me dejen más tiempo con ella para poder besarla y abrazarla y acariciar todo su cuerpo una vez más. Volver a cuando aún estábamos juntas para hablarle y decirle que lo siento, que la quiero, que me cuesta horrores desprenderme de ella y prometerle que habrá quién la cuide dondequiera que vaya cuando ya no viva en mi. En definitiva, poder disfrutar esas ultimas horas juntas sin llorar, sin sentirme una mierda y transmitirle paz y el amor que le tenía, le tengo y le tendré.

Vuelvo a estar como al principio, me siento igual. Creía que había echado a andar de nuevo pero he vuelto a caer en mi propia trampa y una simple canción me ha recordado lo frágil que soy y lo poco que he avanzado todo este tiempo.

 
“Su alma sube al cielo por toda la eternidad”.