Han pasado 3 años y aún lo recuerdo todo a la perfección. Su rostro, su olor, sus pies blancos.
Ha sido un buen aniversario. Así como semanas antes había estado nerviosa, este 16 de Mayo ha sido un día tranquilo, familiar y memorable en el sentido de que creo que he pasado esa barrera y el amor por fin ha vencido al dolor.
Empezamos el día levantándonos tarde, como es costumbre ya por el confinamiento. El día anterior compré un árbol, un olivo, y quería plantarlo en el momento pero por casualidades no pudimos hacerlo, así que como fui incapaz de encontrar dalias pensé que sería buena idea plantar el olivo como árbol familiar y poner nuestros 5 nombres en él. Ya pondré otra planta de Dalia más adelante, cuando podamos desplazarnos. Bajamos al patio y nos encontramos una vecina, hablamos un buen rato hasta que en una de estas que la peque pasó por delante mío (no para de correr, se sube a la colchoneta, baja, salta… Es una pasada de niña) vi que tenía algo en el pelo. Un bicho, y dejare aquí la conversación porque el periplo fue bueno, con una mamá primeriza histérica, un papá que no sabía cómo lidiar con mi histerismo, una vecina flipando y una niña que no paraba quieta para que se lo quitaramos. Cuando ganamos la guerra del bicho y nos disponíamos a plantar el árbol, tuvimos que hacerlo corriendo porque empezó a amenazar lluvia. Los truenos se oían cada vez más cerca y desde diferentes bandos, poco a poco acabaron por cercanos y las primeras gotas cayeron, así que tuve que plantarlo corriendo, poner los nombres en un trozo roto de terracota y subimos a casa. Por lo menos había un pastel.
Ha sido un buen día, es el día más triste del año pero no lo he pasado triste. Creo que es buena señal, sin duda fruto del esfuerzo por hacer todo lo posible por mi primera hija Dàlia y poner cada cosa en el lugar que le corresponde, identificar mis problemas, ponerles nombre y tratarlos. Me siento bien, como si hubiese aprendido a quererla de la única forma que puedo, como si hubiese aceptado que nunca la podré traer a casa y que eso ya no depende de mí. Lo he hecho todo y ahora toca vivir.
3 años han pasado y aún recuerdo el olor a sangre. A entraña dulce. Y la sensación que se tiene al ver la vida y la muerte darse la mano.