07/06/2018

Coexistir

Antes que nada quiero pedir disculpas por haber estado tanto tiempo sin escribir. No se por qué ha sido, no será que no han pasado cosas! Hasta la fecha el embarazo va mejor que bien, en la eco de las 20 semanas (ahora estoy de casi 29) salió todo tan perfecto que la doctora de riesgo sonreía al decirnos que nos daba el alta. Fue un momento casi mágico, entramos tarde como de costumbre pero todo fue tan bien y todo el mundo fue tan atento que solo podíamos dar las gracias a todo el personal con el que nos cruzábamos. La semana pasada fuimos a hacer una 5D (si, ya van por el 5) y fue sin duda una experiencia maravillosa. Queda confirmadísimo que es una niña, que nacerá con pelo y por lo que vimos va a tener mucho parecido con su hermana: una nariz chatita y labios perfilados.

El ánimo, por otro lado, va y viene. Hemos pasado la linea del año. Ha sido muy duro, he de reconocer que me pasé el día llorando, miraba el reloj y recordaba todo lo que estaba pasando en ese momento un año atrás. No olvidaré nunca el 16 de Mayo, solo espero que en un futuro no sea todo tan vívido. De hecho una semana antes ya repasaba mentalmente cuando nos dijeron que habían visto algo, cuando cogí la baja, cuando nos plantamos en urgencias con un ataque de ansiedad, cuando nos confirmaron el diagnóstico. Las llamadas que hice, la conversación que tuvimos mi pareja y yo, el sabor amargo y salado de cada lágrima que lloré ese fin de semana. Todo esto sumado a no poder dejar de pensar que por favor, que no le pase nada a ella, que esta vez todo vaya bien hasta el final y salgamos del hospital con ella en brazos, viva.
Supongo que con el pasar de los años no recordaremos tantos detalles dolorosos y al final solo nos quedará la sensación de paz que tuvimos al ver a Dàlia.

Ese día escribí y esta vez si que lo publiqué en mi muro:

Hoy hace un año. Ingresé en el hospital sabiendo que iba a alumbrar a mi hija para despedirme de ella. Era una decisión meditada en un fin de semana, no teníamos más tiempo. Dicen que fue la mejor pero no, fue la menos cruel, perder un hijo nunca es la mejor opción. Recuerdo el típico olor a hospital. Las náuseas en la sala de espera, lo vulnerable de desnudarte en un baño desinfectado. La amabilidad de las matronas, el dolor de la epidural y la desesperación de la espera. Hasta que llegan médicos, enfermeras, gente de prácticas y auxiliares. Recuerdo el parapeto, las palabras de la enfermera: tranquila. Su sonrisa, su apoyo y su voz calmada. Eran casi las 11 y el corazón que más amaba dejó de latir y tras de 11 horas de parto la vida y la muerte se miraron a los ojos. ¿Era esa la mejor opción? No, fue la menos cruel. Un año después recuerdo su olor, su tacto, el perfil de sus labios, algo que el mundo espera que olvide, algo que la mayoría de gente supone que he olvidado. Pero os voy a contar un secreto: nada de eso se olvida. Ni su cara, ni su cuerpo ni el vacío en el vientre. Porque aunque no podamos verlo ese hijo existe. Que no esté no significa que no se le quiera, que no le haya visto abrir los ojos no hará que desaparezca. Sí cuenta, sí es y siempre será, la mía y los de todas aquellas mujeres que han pasado por lo mismo. Frases como “mejor ahora que más adelante”, “no estés triste”, “ya mismo tienes otro”, “cuando no puede ser no puede ser”, “cuanto antes te olvides, mejor” destruyen más que ayudan. La depresión que se viene es real y no viene sola, se trae la culpa en la maleta. Te consume por completo. Te chafa, te oprime el pecho y los pulmones y te impide erguirte. Se ríe de ti, te dice que eres un monstruo y te entierra viva. Te quita las ganas de vivir, hace que te arrepientas y que desees ocupar el nicho de tu hija. Te agota. Te hunde. Te mata. Y la vida sigue para los demás y tú te estancas en el tiempo, con tu agujero en el corazón y el vientre deshinchado, viendo pasar los días hasta que de repente despiertas. Sonríes de nuevo y vuelves a subirte a la vida convirtiendo esa pena en tu compañera de viaje. Reconoces a los que no han querido dejarte atrás, que te han esperado con los brazos abiertos a que salieras del pozo. No son todos, nunca lo son, pero son suficientes, los justos. Y miras a tu pena cada vez con más cariño, aprendes a comprenderla y asumes su presencia. Convivís. En este punto mandarías a la mierda a todos los que te dijeron lo de más arriba, pero sabes que la gente no tiene recursos para afrontar esto y solo quieren que dejes de llorar. Y no les culpas. Un año después de aquel infierno hay una nueva vida dentro de mi, un nuevo corazón, fuerte y valiente por las dos porque después de una muerte gestacional nada es igual. El miedo es constante y la alegría se contiene. No hay inocencia, solo consciencia. Cambias, no vuelves a ser la misma nunca más. Celebras la vida y agradeces todo lo que tienes, echando de menos el trozo que te falta. Pero un año después, al recordar a mi hija, las lágrimas no son de rabia.

Me queda bastante embarazo por delante y a veces se me agota la paciencia, solo quiero llenar ese vacío que hay en mis brazos, que pase el verano, llegar otra vez a ese hospital y salir feliz y completa (excepto por el trozo que me faltará siempre). Estoy impaciente por no dormir una noche seguida, por dejar el miedo a un lado y reconciliarme de verdad con la vida.

No quiero dormir, quiero velar el sueño de esta pequeña que patalea fuerte dentro de mi.

En otras circunstancias diría que es imposible que la pena y la alegría compartan momento, pero lo cierto es que van de la mano. Y no lo cambio por nada.