A raíz del diagnóstico de la psicóloga y de que voy a tener que seguir visitándola cada mes esperando que me ayude a ser yo de vuelta he descubierto que me falta despertar. Despertar en el sentido de estar aquí y ahora, no estancarme, no proyectarme porque mientras me preocupo por el futuro, por la economía doméstica y por mi duelo a medias me arriesgo a perderme algo que no va a volver: la infancia de mi hija. Dicho así suena exagerado, talvez, pero así es como lo siento ahora. Necesito paz, tranquilidad y centrarme en el momento. Necesito orden tanto en mi mente como en mi casa.
Uno no siempre es feliz con lo que tiene y yo siempre me había alegrado de ser de ese tipo de personas que encontraban lo bueno a todo, por pequeño que fuera. La psicóloga me pidió que me describiera, no como soy ahora sino como era antes de perder a mi hija. Yo reía, no me costaba relacionarme, era optimista a pesar de mis épocas más “emo” (ni siquiera sé si se sigue utilizando esa palabra) y siempre tenía un hueco para ayudar a un amigo. Y a raíz de ese ejercicio no me reconozco: estoy estresada, de mal humor, no quiero ver a nadie. Me duele no estar a la altura con ciertas personas que lo necesitan y no sé cómo arreglarme, como volver a mi ser aunque todos dicen que haberme dado cuenta es un primer paso muy importante. Pero es que además de querer volver a ser yo lo necesito, porque sé que esa persona es la mejor versión de mi de la que mi hija aprenderá la conducta y no quiero que me vea depresiva, enfadada y al límite. No más, he decidido que ya basta.
Para ello estoy intentando poner las cosas en su sitio, tratando de conseguir fotos de Dàlia para darle su sitio en casa y emprendiendo un proyecto a medio plazo que espero me salga bien y espero no autoboicotearme como siempre, que ese es un problemón que llevo años arrastrando. Porque el cambio empieza en uno mismo, lo sabemos todos y de sobras pero necesitamos un empujón en la dirección correcta. Espero encontrar el camino pronto pero de mientras iré apartando piedras.