La semana pasada hubo un día en que me sorprendí pensando que quizás no tendría suficiente amor para este niño. Digo niño porque, llamadme loca, pero tengo la sensación de que es lo que será, una de las primeras cosas que haces cuando quedas en estado es tratar de averiguar si lo que llevas dentro tendrá genitales masculinos o femeninos, aunque es lo menos importante hay cantidad de cuentos que te predicen el sexo, como si eso dependiera del mes de concepción o la edad lunar y no de si tu marido produce espermatozoides con carga X solo o Y. Uno de los métodos proféticos se basa en los estudios de un tal Ramzi que dice que según en qué lado del útero se aloje la placenta el bebé será de un sexo u otro: izquierda niña, derecha niño y si la tienes en el medio te sale con disforia de género, o algo. La cuestión es que lo vi tan pegadito a la derecha que pensé, esto es un niño. Con Dàlia acertó, ella estaba enganchada a la izquierda. El resto de calculadoras y tablas dicen que es niña, pero no se, tampoco me importa.
La cuestión es que me sorprendí pensando, si fuera una niña sería como tener de vuelta a mi hija, ¿no? Muchas veces nos dicen que ese ser que está destinado a venir con nosotros acabará viniendo con nosotros, da igual las veces que haya que intentarlo, su esencia será la misma, que todo está controlado por el “destino”. Realmente me gustaba pensar que solo tenía que fabricar un cuerpo nuevo, y mi hija volvería a ocuparlo. Pero es tan relativo…
En el momento que pusieron sonido al ecógrafo y sentí su corazón, supe que no era ella. No metafóricamente, no hablo de almas. Hablo de que el guisante que llevo dentro no es el mismo que llevé hasta Mayo del año pasado, y puede parecer muy evidente, está claro que no es el mismo ¿en qué pensabas? Pero al oír su latido tan diferente de como era el de Dàlia me di cuenta: todo es nuevo, para todo es una primera vez. Y por un momento, por un solo día, no me vi capaz de querer a nadie más que no fuera mi hija. Sentí que la sustituía, que la traicionaba. Y luego me sentí tan mal por esta criaturita… ¿cómo no iba a quererle? Si le llevo queriendo desde antes de concebirlo… y me di cuenta de lo terriblemente imbécil que puedo ser a veces.
Nunca te cuentan lo arduo que puede ser el camino a la maternidad, sobretodo después de perder a uno de tus hijos. Pero no todo es angustia y pena, precisamente porque se trata de un nuevo camino las cosas no irán como fueron anteriormente, evidentemente tenemos miedo porque por primera vez en nuestra vida sabemos la cantidad de caminos que puede tomar y el final de cada uno, por primera vez en nuestra vida comos conscientes de todo lo que nos puede pasar. Antes de la primera eco, por ejemplo, tuve una semana de mucho dolor en un costado, ¿y qué pensé? que si era un ectópico estaba jodida, y posiblemente me hubiese ido al médico de no haber estado de vacaciones. Cada vez que disminuye un síntoma, cada vez que me encuentro bien pienso mal, sin embargo cada vez que siento esos gases focalizados pienso que no son gases, que ese burbujeo puede ser el embrión, o cada vez que cambio de postura y me duele un ligamento redondo pienso “esto está creciendo porque sino no me dolería”.
Quiero tener a mi hija de vuelta, todas las madres quieren eso. Pero los hijos que tengamos, ya sean uno o diez, todos serán diferentes.
Un nuevo corazón es un nuevo comienzo, una nueva oportunidad para que las cosas sean de otra manera. Diferente. Mejor.