Hace unos días que no escribo, no se muy bien el motivo. Ha hecho dos meses que nos separamos de nuestra pequeña y yo estoy empezando a ver las cosas de diferente manera. He notado que cuando pienso en mi hija no lo hago con rabia, no lloro con desesperación: todo eso lo he cambiado por una infinita ternura y creo que es porque he aceptado que no está y nunca volverá a estar. A ver si me explico mejor: lloro cuando hablo de ella, cuando la pienso y cuando quisiera sentirla conmigo pero no siento ira porque me la hayan arrebatado y empiezo a estar agradecida de haberla podido tener 22 semanas y 5 días conmigo. Es triste, es muy triste tener que pasar por esto y tener que lidiar con una sociedad que no está preparada para entender la muerte gestacional como la pérdida de un hijo, no sabemos qué decir ni cómo se siente el afectado hasta que no pasamos por ello. Tengo culpa, creo que ya lo dije. Una sensación de culpa terrible. Lo comenté a la psicóloga en la última sesión, yo le decía que me siento como si hubiese hecho algo mal, tengo todo el día la culpa encima y sé que nada de lo que ha pasado ha sido porque yo haya hecho algo mal, pero me siento así, como si no hubiese hecho suficiente por mi hija. A veces pienso si no nos precipitamos, siempre voy a pensar que a lo mejor no era tanto (aunque se que sí lo era) y que no se que habría pasado si hubiésemos hecho esa intervención. Entonces la doctora me confesó algo: ella ha vivido un caso de espina bífida de cerca, un familiar murió a los 40 después de pasar por una vida de dolor e intervenciones quirúrgicas y quizás no tenía el problema que tenía mi niña, pero que si ella se encontrara en mi misma tesitura habría hecho lo mismo que hice yo. Vivir sufriendo no es vivir. Creo que somos afortunados, gracias a que se ha visto relativamente pronto hemos ahorrado sufrimiento y dolor a la persona que más queremos hasta el día de hoy.
He titulado esta entrada como “Lecciones” porque es lo que no he dejado de recibir desde hace dos meses. Estoy aprendiendo cosas de mi que desconocía, me estoy dando cuenta de la capacidad de adaptación que tengo, la fortaleza que jamás habría pensado que tenia. He tenido que tomar una decisión terrible (inciso: se puede pensar que en el momento en que te dan un pronóstico tan malo realmente no tienes opciones si piensas en el bienestar de tu pequeña, que la decisión ya te viene dada por así decirlo pero no es eso lo que se siente y no lo digo yo sola, sino que me baso en la experiencia de otras madres que han tenido que firmar un papel para que duerman a tu bebé para siempre aún estando dentro de ti y ese consentimiento, pese a que no has sostenido tu misma la aguja, te hace pensar que has matado a tu hijo y es de lejos el peor sentimiento que alguien puede tener, o eso creo hasta la fecha) y sigo aquí, luchando cada día por continuar siendo fuerte. He aprendido que a veces la vida te pone en situaciones verdaderamente difíciles sin venir a cuento, ya que en este caso el causa / efecto no tiene cabida, no hay un culpable o un motivo: hay un “porque sí” y te lo tienes que tragar porque es lo único que tienes (ese porque sí ya lo veremos el próximo 25 de Agosto, pero todo apuntaba a que no vamos a tener respuesta concreta a nuestras preguntas), por lo tanto he aprendido a aceptar la arbitrariedad de las cosas. He descubierto, también, que las personas a veces la cagan y, ya sea por desconocimiento del sufrimiento o por no querer hacerlo mal, dan consejos cuya intención es la más alejada a hacerte daño, pero te lo hacen y con su mejor intención te provocan un rechazo absoluto. Me he dado cuenta de que la muerte gestacional y perinatal es un tema tabú en muchos aspectos, no tiene visibilidad ninguna pese a la cantidad de casos que suceden cada día y la cantidad de parejas que viven afectadas por ese duelo.
Pero esto también me ha servido para reafirmarme en algo, y es que cuando compartes tu vida con la persona adecuada el camino es más fácil. Con mi pareja estamos más unidos que nunca, luchando codo a codo por seguir adelante y conseguir compaginar nuestra vida cotidiana con el recuerdo de nuestra primera hija. Es que sin él yo no habría sobrevivido mentalmente a esto.
No soy la misma que era antes, no me canso de decirlo. Soy una nueva versión de mi más fuerte y más centrada, y voy a por todas.