07/04/2019

Olas

En uno de los grupos de duelo de los que soy miembro compartieron un vídeo dónde se explica cómo se siente el duelo cuando es por un hijo. Me dejó sin palabras, sin aliento. Me vi identificada.

Son olas. Olas que te zarandean de un lado a otro. Cuando te dan la noticia sientes que te lanzan a un océano oscuro y profundo y entre la confusión te zarandean. No tienes a qué agarrarte y solo puedes dejarte llevar, de ola en ola que te arrastra mar adentro y te ahoga. Al principio es desesperante, navegas a la deriva sin rumbo cogiendo apenas aire entre ola y ola. Luego las aguas se van calmando, empiezas a descansar. Ríes, y de repente una ola enorme te sacude. Te sientes culpable y dejas que el mar vuelva a calmarse. Y así pasan días, meses, años. Nunca paran. A veces llegan sin previo aviso, tampoco respetan lugar ni momento. Quizás estás viendo un escaparate y de repente te sobrepasa. Quizás estás conversando y no puedes aguantar las lágrimas.

Poco a poco se van espaciando, disminuye su fuerza pero nunca cesan. Nunca lo harán.

Hoy una de esas olas me ha sacudido. Y no he podido hacer otra cosa que buscar un pañuelo en el bolso, delante de toda la gente que estaba allí, y secarme las lágrimas que se empeñaban en liberarse. Soy consciente de que siempre será así, pasarán los años y seguiré recordando que me falta un trozo de mi vida y seguiré llorando porque es lo único que puedes hacer en ese momento. No importa lo grande que sea mi familia, ni lo mucho que nos queramos, nos va a faltar nuestra hija y no podemos hacer nada contra eso.

Èlia es mi sol. Es mi luz. Siempre lo será porque a través de ella he aprendido que la vida puede ser perfecta en ocasiones y que no hay que perder la esperanza.

Es mi sol. Mi arcoiris.