22/06/2017

[Post invitado] Donde la tecnología no llega

Raúl Hernández GonzálezEste artículo es una colaboración de Raúl Hernández González. Raúl escribe, investiga, da charlas y talleres sobre aprendizaje y desarrollo eficaz de habilidades. Es el creador del modelo Skillopment.

Vivimos en una época fascinante para los aprendices, una auténtica edad de oro. La tecnología nos proporciona recursos casi infinitos: cursos, libros, vídeos, podcasts, expertos a la distancia de un click. Y herramientas cada vez más potentes y sofisticadas para colaborar, para tomar notas, para organizar el conocimiento, para compartirlo… todo ello en la comodidad de nuestras casas, o en las palmas de nuestras manos. Y ni siquiera hace falta ser demasiado friki para sacarle provecho; las herramientas son cada vez más sencillas de utilizar por cualquiera.

En este contexto de exuberancia, cabe pensar que todas las barreras al aprendizaje han sido destruidas, y que a estas alturas deberíamos estar todos gozosamente sumergidos en esta edad de oro del aprendizaje. Y sin embargo…

Suelo empezar mis cursos trabajando una pregunta: ¿qué dificultades encuentras para aprender?. Mi objetivo es identificar cuál es el dolor percibido por la gente que quiere aprender cosas, y poner el foco en qué es lo que sienten como una barrera para su aprendizaje. Y a partir de esta reflexión trabajar en posibles soluciones.

Las respuestas suelen orbitar en torno a los mismos temas, con algunos especialmente destacados: la falta de constancia, la tendencia a la dispersión y la falta de tiempo. Unas respuestas consistentes con datos externos, como la baja tasa de finalización en cursos online.

Cuando me paro a pensar, creo que la capacidad de la tecnología para resolver esas dificultades es limitada. Porque no se trata de un problema externo, si no de un problema interno. Un problema de visión, de saber qué queremos aprender, y sobre todo por qué y para qué queremos aprenderlo.

Piénsalo. Cuando estamos convencidos e ilusionados con algo no tenemos problemas para sacar tiempo de donde haga falta, ni nos distraemos con cualquier cosa, ni nos cuesta trabajo mantener el foco a largo plazo. Y sin embargo, cuando nos ponemos a aprender algo sin tener claro el por qué y el para qué, acabamos descarrilando más pronto que tarde: cuando no estamos ocupados estamos cansados, cualquier cosa nos distrae y el chispazo de motivación inicial se apaga enseguida.

Los tecnófilos tendemos a creer que la tecnología lo puede resolver todo. Pero posiblemente pequemos de optimismo. Hay lugares a los que la tecnología no llega. Decía Aristóteles que la victoria más dura es la victoria sobre uno mismo, y en esa batalla la tecnología tiene un papel residual. En última instancia, un papel, un boli y unas buenas sesiones de introspección nos ayudarán mucho más que el último invento de Silicon Valley.

Me gusta pensar que la tecnología es como un coche: cada vez más rápido, cada vez más cómodo, cada vez más eficiente en consumo. Pero un coche, al fin y al cabo, que necesita combustible para moverse y con el que tenemos que decidir a dónde queremos ir: sólo entonces el coche se convierte en una herramienta útil.