Necesito poner por escrito detalles y pensamientos relacionados con lo que he vivido el pasado fin de semana con motivo del referéndum de autodeterminación de Cataluña. Si te interesa leerlo, adelante. En caso contrario, puedes obviarlo completamente. Lo he escrito sobre todo para mi, por pura necesidad.
El texto abarca desde el viernes por la tarde, cuando salí de casa para defender el derecho a voto en mi colegio electoral, hasta anoche cuando regresé agotado, me duché y me tiré medio lloroso en el sofá. Todavía ahora lloro a ratos. No es llanto sino un sollozo sordo, intermitente. Emoción causada por una mezcla de pena, vergüenza ajena, orgullo, alegría, agradecimiento y quizá más cosas que ahora no acierto a identificar.
Una breve previa: para mi, que un pueblo se considere a si mismo como tal y muestre su voluntad de autodeterminarse debería ser suficiente para que pueda hacerlo. Que sea consultado, que cada ciudadano vote libremente lo que considere oportuno y que después del recuento se aplique el resultado (sea el que sea). Sin dramas, con voluntad de entendimiento y buena fe por todas las partes. Se negocia todo lo que se tenga que negociar, cada uno se gobierna a si mismo (o no, si se decide lo contrario) y tan amigos.
El gobierno de España había dejado bien claro que iba a intentar precintar los colegios electorales, y yo sentía que debía hacer todo lo posible para evitar que eso sucediera. El derecho a voto, sea cual sea el sentido del mismo, es sagrado. También es el derecho de los que no quieren votar, porque solo puedes decidir no votar si te reconocen la capacidad de hacerlo. Por eso el viernes fui a defender la escuela Vic-Centre junto a un grupo de personas adultas de todas las edades hasta entonces desconocidas (no solo para mi, sino de hecho entre la mayor parte del grupo).
De entrada éramos pocos, pero empezamos a organizarnos lo mejor que supimos. La intención era mantener el centro abierto y con actividad durante el fin de semana para abandonarlo justo cuando entrara la comitiva electoral. A partir de entonces, intentaríamos garantizar que siguiera abierto hasta que todo el que quisiera hubiera votado y se pudieran contar y registrar los resultados. La consigna era clara: todo debía transcurrir sin violencia y cualquier resistencia a la policía sería pasiva. Si nos echaban, o si llegado el domingo conseguían clausurar la votación ya comenzada, deberíamos resignarnos. Nunca, nunca y nunca levantaríamos una mano o pegaríamos una patada, ni aunque fuera como medio de defensa si venían palos.
Pasó la noche del viernes y el sábado organizamos un montón de actividades: recital de poesía, juegos de mesa, talleres de manualidades, yoga, conciertos, un espacio de micro abierto para la expresión libre y espontánea, bailes tradicionales. A mediodía alrededor de 100 personas comimos juntos debajo del porche del gimnasio. Todo en un ambiente bonito, alegre, familiar. Después me fui un rato a casa a descansar y no asistí a la parte más multitudinaria: los conciertos de la tarde. Quería reposar un poco porque sabía que ya no dormiría hasta que hubiera terminado todo.
Creíamos que era posible que la policía llegara durante la noche, y en cualquier caso que aparecería antes de la hora prevista de apertura del colegio electoral. Organizamos guardias y varios puntos de observación y entre unos cuantos nos fuimos turnando. Otros durmieron en una sala de la escuela (en total éramos unos 60). Yo terminé estando casi toda la noche delante de una de las entradas y solo descansé durante unos 40 minutos. Estaba sereno pero notaba la tensión en mi interior, imposible relajarse. Nunca había hecho algo así y, sinceramente, nunca había pensado que me vería en esa tesitura. Pero uno siempre puede sorprenderse a si mismo, supongo.
Tuvimos suerte y llegamos sin sorpresas a las cuatro y media de la mañana del domingo (en otros lugares tuvieron visitas policiales y de grupos ultra que les mandaban cariño con insultos y a pedradas), que era la hora fijada para levantarse, dejar la escuela tal como la habíamos encontrado el viernes y unirnos a las personas que no habían estado el fin de semana con nosotros pero que querían votar y sabíamos que empezarían a llegar a partir de las cinco. Empezaba el que sin duda ha sido uno de los días más largos de mi vida.
Empezamos a salir y a quedarnos en la puerta del colegio, tapando la entrada. Los que llegaban de su casa se iban uniendo y el tapón iba en aumento. Larga espera intentando mantener la cohesión y esperando que llegara la administración electoral, apoderados, abogados y responsables de las mesas. Cuando entraron, quedaron definitivamente a cargo de la escuela y nosotros pasamos a ser un bulto delante de la puerta que pretendía ser impermeable. Llegaron los Mossos d’Esquadra y pidieron disolver el grupo para poder precintar el colegio electoral. Por supuesto, ni nos movimos. Desde ese momento y hasta el final del día hubo que estar manteniendo el tapón para que no pudieran entrar si no era por la fuerza. Habrían entrado si nos hubieran pillado despistados en algún momento, pero confiábamos en que si simplemente manteníamos ese tapón de por lo menos 200 personas delante de la puerta en todo momento no pasaría nada. A quien temíamos, y con razón vistas las cosas a posteriori, era a la Guardia Civil o a la Policía Nacional.
Llegaron las nueve y se anunció el inicio de la votación. En orden, poco a poco, siempre sin deshacer el grupo delante de la fachada. Todo el mundo, hubiera estado desde el viernes o acabara de llegar a cualquier hora, sabía lo que tenía que hacer si quería proteger sus votos y las urnas que los contenían. Impresionante.
Al principio de la mañana había nervios, pero al poco rato de empezar a votar se añadió el miedo y sobre todo mucha tristeza. Habían empezado a llegar fotos y videos que mostraban lo que los cuerpos de policía españoles estaban haciendo a la población pacífica. Cuanta indignación y vergüenza. Empezó a costarme mucho no ponerme a llorar como un niño.
Llegaban personas mayores a votar y se encontraban ante el tapón, pero sin decir nada todo el mundo se había puesto de acuerdo en que ellos no debían esperar ni un minuto más de lo necesario. Hacíamos un pasillo y entraban entre aplausos, algunos por su propio pie y otros empujados en una silla de ruedas o usando andadores, algunos en muy mal estado de salud (recuerdo a una mujer que me dijo que tenía cáncer y que le dolía mucho, y a un hombre al que tenían que ayudar a andar porque la quimioterapia lo tenía reventado). Ahora mismo estoy llorando al escribirlo, que precioso momento pero al mismo tiempo qué pena que hayamos tenido todos que hacer un esfuerzo tan enorme para poder ejercer nuestra soberanía.
El sistema informático para la entrada de votos estaba siendo boicoteado y durante buena parte del día no funcionaba o lo hacía con grandes dificultades, así que el proceso de voto era muy lento. Pusimos sillas en el patio de la escuela para que ningún abuelo tuviera que aguantar de pie e intentamos asistirles en todo lo que fuera posible.
Pese a que el censo era universal, el hecho de tener que hacer la inscripción manual del registro obligaba a que durante muchas partes del día cada persona solo pudiera votar en la mesa que se le había asignado de forma preferente (porque allí es donde tenían las listas correspondientes del censo). Posteriormente sí que los responsables de las mesas pudieron entrar todos los datos al sistema y garantizar que el proceso había sido correcto y que nadie había votado en más de un colegio (si algún dni ya estaba en el sistema, se destruía un voto al azar).
Muchas personas no conocían con exactitud la mesa en la que tenían que votar, así que empecé a ofrecer mi ayuda a quien la necesitara (tenía instalado en el móvil un bot de Telegram que permitía saberlo introduciendo el dni y la fecha de nacimiento).
Fueron ciento de personas a las que ayudé y fue el rato más emotivo para mi de todo el fin de semana. Los mayores me confiaban el dni y yo veía orígenes de toda España, personas de 70, 80 o más de 90 años que habían desafiado a la estrategia del miedo para ir a votar. Me acordé mucho de mi abuelo Antonio (lloro otra vez, ahora a lágrima viva), que luchó en el frente, perdió la guerra contra el franquismo y llamaba fascistas a Fraga y Aznar cada vez que los veía en la tele. Mi abuelo nunca fue independentista, como yo tampoco lo era hasta hace unos años, pero quizá si hoy viviera hubiera terminado siéndolo como yo lo he terminado siendo. Puede que no, es imposible saberlo y no me voy a atrever a atribuirle nada que pudiera ser erróneo, pero en aquellos abuelos de ayer reconocí su valentía y la defensa de unos valores que también me guían. Todavía te quiero y todavía me acuerdo mucho de ti, abuelito.
Había rumores, personajes en el grupo con comportamientos extraños que disparaban la paranoia de algunos, en algún momento la presencia de Mossos aumentó temporalmente. Vi nervios y miedo en los ojos de muchas personas, pero el grupo siguió unido y resistió a todas las dificultades. Ni una mala palabra, ni un mal gesto, nada que reprochar a nadie. Una maravilla.
Llegó la hora de cierre y los nervios crecieron. Los rumores decían que podía haber asaltos a colegios al final de la jornada para requisar las urnas llenas y eso hubiera sido un desastre. Tanto esfuerzo para nada. Tenían que ser diligentes en el recuento para poder cerrar actas y enviar los resultados lo antes posible. Asistí al recuento porque me ofrecí para supervisar una de las puertas traseras de la sala mientras ellos lo hacían. Era la primera vez que veía un recuento electoral y puedo certificar que todo se hizo de forma impecable (espero que me creas, pero si no es así… qué se le va a hacer). Se aseguraron de que ningún voto fuera duplicado, desprecintaron las urnas, contaron y recontaron las papeletas y lo reflejaron todo fielmente en las actas.
De fuera llegaban noticias de que había llegado más policía y estaba intentando entrar para llevárselo todo, así que la última parte de todo esto fue un poco de película (no me voy a extender en ello). Pero todo salió bien en la Escola Vic-Centre, y me siento orgulloso de haber sido uno más de los que lo hicieron posible. Un agradecimiento a todos los que formaron parte de ello.
No quiero terminar la crónica de la jornada sin acordarme de todos los que sufrieron mucho más que nervios y falta de sueño. Hubo agresiones muy graves por parte de un estado demofóbico que espero que no queden impunes, y solo puedo desear que todos los heridos por ataques indiscriminados de la policía se recuperen lo antes posible. Gracias por vuestra valentía.
A los agresores, ni olvido ni perdón.
Hay mucha gente buena en España. Yo nací en Cataluña pero mis raíces son andaluzas, he vivido en Madrid y visitado muchas ciudades y pueblos de ese país que es maravilloso. Gracias a mi trabajo he podido conocer a personas de todo el territorio a las que tengo mucho afecto. Durante bastante parte de mi vida he sido español e incluso, hasta hace algunos años, me gustaba serlo. Pero España como estado tiene dentro el gen de la represión y del autoritarismo y antepone el secuestro de un pueblo a la libertad de elección de sus gentes. Es un estado indigno, cobarde y miserable que reprime la disidencia a palos y da vergüenza ajena. No puedo ni quiero reconocer ni un minuto más a un régimen como ese.
No sé lo que va a ocurrir a partir de ahora. Sé lo que quiero que ocurra y sé que tengo determinación para aportar mi granito de arena para conseguirlo, siempre desde una actitud democrática, no violenta y del respeto a quien piensa distinto. Al mismo tiempo, no voy a negar que tengo miedo: ayer a mi no me pegaron, pero solo fue cuestión de suerte: esos animales seleccionaron otras escuelas para desahogar sus instintos asesinos. Cualquier otro día me puede tocar a mi o a mi familia y quiero huir de esa posibilidad cuanto antes.
Si se puede, me gustaría poder seguir viajando a España para trabajar o de visita. Quisiera seguir conociendo sus rincones y mantener la relación con los españoles a los que quiero y con los que mantenemos una relación de mutuo respeto. No sé si será posible. Pero sí tengo muy claro que yo ya no soy español y que nunca volveré a serlo. Diga lo que diga mi DNI, ahora o en el futuro, adéu Espanya.